"El hombre busca la verdad en las cosas, es su naturaleza"
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domingo, 12 de diciembre de 2010

La ética del periodismo





   Lic. Francisco Javier Acuña Arias

   El papel de vigilancia de la prensa norteamericana pasó al frente en la década de los años sesenta durante la guerra de Vietnam y durante la investigación del caso Watergate a comienzos de la década de los setenta. En el primer caso, la prensa desempeñó un papel crucial al acelerar la salida de Estados Unidos de una guerra impopular y, en el segundo caso, dos reporteros persistentes del periódico The Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, lograron descubrir hechos que condujeron a la renuncia del presidente Richard Nixon. Como resultado, ambos periodistas se convirtieron en personajes célebres de la prensa. A raíz de esto floreció la tendencia hacia un periodismo más investigativo.


  Sin embargo, algunos excesos en la década de los ochenta sembraron dudas en la credibilidad del público. Por ejemplo, una joven reportera de The Washington Post, Janet Cooke, ganó el premio Pulitzer (máximo galardón periodístico en Estados Unidos) por su conmovedor relato sobre Jimmy, un adicto a la heroína, de ocho años de edad. Posteriormente se supo que había inventado el artículo y fue desposeída del premio. En vista de que las encuestas muestran una creciente desconfianza del público en la prensa a partir de fines de la década de los años setenta, muchos directores de diarios han mostrado un renovado interés en los códigos éticos y en otras formas de autocontrol.

  Así, surgen nuevos modos para mejorar el desempeño ético, entre ellos, la figura del defensor del lector, cuyo concepto se originó en Escandinavia. El defensor del lector es un individuo designado por el periódico para investigar las quejas sobre la cobertura y las prácticas del periódico y publicar los resultados de la investigación. Otra forma de control fue el consejo de prensa, surgido en el Reino Unido, pero con resultados ambivalentes. En España aparece la figura del defensor del lector, que aún persiste en algunos periódicos, pero de escaso valor ya que no es un servicio prestado de manera diaria, sino que adquiere carácter semanal la mayoría de las veces.

   Se establece una estrecha relación que podemos expresar de esta manera: la economía crea un grupo en el que se inscribe un diario, el diario mantendrá la orientación económica del grupo total, la orientación económica fomentará una correspondiente opción política e ideológica, y este conjunto, como resulta manifiesto, conseguirá un tipo de lector coherente con lo ideológico, lo político y lo económico del grupo y del diario. La fuente última es el capital y el punto de llegada es la conciencia de los ciudadanos. Queda, pues, el lector en inferioridad de condiciones, incapaz de modificar este edificio inmenso comunicativo. La elección de un diario, en tal caso, se hace importante porque conlleva inscribirse en un sistemático modo de ver la vida y de defender opciones de todo tipo absolutamente concretas.


Entrevista con el experto internacional Javier Darío Restrepo acerca de ética periodística:



Periodismo de investigación y periodismo amarillo



   
   Llegados a este punto, es necesario efectuar una clara distinción entre el periodismo de investigación y el periodismo amarillo. El primero, se sumerge en lo más crudo de la realidad para mostrarla en toda su evidencia y para que los grandes trucajes desde los diversos poderes no queden escondidos, pero respeta el dato y el tono. El segundo, por el contrario, convierte lo anterior en una narración agresiva, espectacular y tensionada, donde se juega con las reacciones más prístinas del lector y se olvida cualquier parámetro ético que controle el texto. La relación entre los "reality shows" televisivos, tan de moda, y este tipo de periodismo es estricta: en ambos casos es lo extravagante y agresivo lo que manda, aunque la verdad salga maltrecha y el consumidor resulte conducido a conclusiones parcialistas o sencillamente equivocadas de la noticia en sí misma considerada.

   El amarillismo se sustenta en nuestra capacidad de mitologizar. Es más asimilable un cuento que responda a una estría mítica que uno que viola toda representación estructurada porque luce como un galimatías. Por eso el hundimiento del Titanic es más comprensible que tantos naufragios en donde no gozamos el espectáculo de una burguesía agonizante, un barco insumergible, unos músicos alegrando la catástrofe, un capitán que se entrega a la muerte, etc. La realidad es demasiado enmarañada como para absorberla tal como viene, sin mediación mitológica.

    La gran prensa española, desde la parición de algún diario muy concreto, va deslizándose sin tregua por esta vertiente detestable de informar y opinar, obligando a los demás diarios a semejante deslizamiento aunque tengan que modificar sus reglas de juego fundamentales. Es una lástima que, en este instante, diarios como El País y Abc, que se habían destacado precisamente por su sometimiento a un periodismo limpio, hayan cedido parcelas de su seriedad para no dejarse comer terreno por El Mundo, creador de un nuevo estilo, muy discutible, y en la línea comentada.

  Con el término amarillo se pretenden reflejar todas aquellas formas de presentar la información que no se ajustan de forma seria, contrastada y veraz a los hechos y a la realidad sin distorsionarla. En la prensa es fácil detectar fisuras en la presentación de la información, es decir, todo lo que no se ciñe a lo estrictamente periodístico, informativo, que abuse de la ingenuidad, la ignorancia o desconocimiento de un tema por parte del lector. O bien, y lo que es más grave, subestime su capacidad o su inteligencia.

   Progresivamente, la prensa española, pero también la mundial, ha permitido que este "nuevo periodismo" invadiera su territorio. Entendiendo por tal cosa el nacimiento de un nuevo género periodístico donde se mezclan la información objetiva -inexistente por definición- con la opinión, de tal manera que el lector se enfrente a un texto novelado, mucho más agradable, pero en el que se hace imposible distinguir lo sucedido, en cuanto tal, de lo comentado por el periodista como cosecha propia. Esta lenta pero implacable muerte de la división clásica entre información y opinión podrá parecer una conquista de la libertad más exquisita, destrozadas las barreras del dato frío y escueto, pero la realidad es que estamos sumidos en un marasmo ininteligible a la hora de descifrar los textos periodísticos.
Uno de los líderes intelectuales de mayor alcance en la actual sociedad yanqui y excelente analista de los problemas mediáticos, Noam Chomski, escribía lo siguiente:
" La prensa, vestida siempre con los rojos de la objetividad y de la dignidad, resulta cada vez más instrumento de manipulación informativa, de comunicación sesgada y, en fin, de presión económica, política e ideológica. Sin embargo, no basta con censurar el progresivo deslizamiento de la prensa hacia actitudes negativas por sus consumidores, porque, a pesar de todo, sigue siendo la mejor posibilidad de acceder a la realidad circundante, especialmente desde una perspectiva de sosiego y reflexión, en la que gana la partida a la radio y a la televisión. Habrá, pues, que consumirla pero desde una actitud de crítica sospecha y de análisis sistemático de sus contenidos para ni llamarse a engaño ni infravalorar sus mensajes".
   Chomski plantea lo que constituye la gran aporía de la prensa y del conjunto de los medios de comunicación social: que en todo discurso mediático se mezclan elementos positivos y negativos, en función del mismo carácter de tales medios, es decir, de su inevitable vinculación a lo empresarial, a lo político, a lo ideológico e inclusive a lo religioso. Lo cual convierte su lectura en una funambulesca aventura cotidiana, porque ningún medio permanece siempre idéntico a sí mismo: cada día el suelo se mueve para la pretendida información, para la necesaria opinión y para el urgente entretenimiento.

   Hoy la pretensión de mantener claramente una distinción entre medios serios y medios amarillistas parece bastante problemática. El amarillismo es parte de una estética cuando menos inquietante, insubordinada a lo serio, en franca disputa por los nuevos espacios semióticos de la industria cultural.

  En la actualidad la prensa ha perdido seriedad y parte de hondura en beneficio de una superficialidad más inteligible y de una aproximación a la realidad más elemental. Este fenómeno es fundamental a la hora de juzgar cierto descrédito en que ha caído nuestra gran prensa, en ocasiones no solamente amarillista sino casi un cómic de cuanto sucede, tal es el grado de vulgaridad en la noticia y en el humor que demuestra. Todo lo cual no es obstáculo para que existan excelentes profesionales, tanto en el ámbito de información como de opinión, pero el tono genérico ciertamente ha disminuido de altura intelectual, en consonancia con los tiempos que vivimos.

   La prensa ha acabado por ser el instrumento mediático de mayor incidencia en la formación de las llamadas "opiniones medias", más allá de las reacciones inmediatas ante el fenómeno televisivo que es más llamativo pero menos incisivo.

  Un todo, el universo mediático, que determina, desde los ámbitos del dinero, la nueva estructura democrática, moviendo el suelo de la ética, de la moral, de la política y, en fin, de todo lo que socialmente aparece en el horizonte de la vida cotidiana española.

Objetividad periodistica: un vistazo general



Por Manolo Pichardo


   Es difícil que un comunicador social por esfuerzo que haga sea completamente objetivo; a veces la formación da el prisma para mirar el hecho noticioso, por ello, el punto de mira de un acontecimiento puede estar marcado por la estructura de valores que forma el pensamiento del profesional de la pluma y la palabra, y por esto puede ocurrir que sobre un mismo suceso, como es frecuente, se den distintas versiones.

   La objetividad en el ejercicio de la comunicación es más fácil de sostener cuando se trata de narrar o describir un hecho, siempre y cuando se le conozca con exactitud y se sea testigo de él. Pero cuando el comunicador agrega juicios de valor a la noticia el terreno se torna resbaladizo, porque entonces el ángulo desde donde se comenta está preñado de las convicciones, a veces profundas, que por demás varían de un individuo a otro.

   Con frecuencia el periodista comprometido públicamente con alguna causa, sea ésta religiosa, política o de la que fuere, tiene más credibilidad que algunos que se manifi estan imparciales, pues resulta que el que asume un compromiso es visto como un comunicador que agrega juicios de valor a sus comentarios aferrado a las convicciones que defi nen su conducta frente a la vida; el confeso imparcial, como no lo es en realidad, está amarrado a un código de valores que trata de ocultar pero que revela en la pasión de sus juicios.

  A pesar de lo anterior, y conscientes de ello, hay comunicadores que luchan para vencer la tentación de sucumbir a la ausencia de objetividad, pero como su trabajo es hablar, y hablar mucho, o escribir profusamente, se les salen, de vez en cuando, en las peroratas que fl uyen a tropel, los refajos.

  Como estudié periodismo inspirado en algunos veteranos comunicadores, entre los que están Víctor Grimaldi, Huchi Lora y los hermanos Herasme Peña, me apenó escuchar del autor de Tintero más o menos esto: “Señor Ottone, lo único bueno que ha hecho este gobierno es invitarlo al país para que nos hable de estas cosas tan interesantes”.

   Entrevistaba a Ernesto Ottone, sociólogo chileno, profesor universitario y funcionario de la CEPAL que invitó el Ministerio de Economía y Planifi cación para hablar en diferentes escenarios sobre la democracia y el desarrollo en América Latina.

    Yo pienso que el país no es un paraíso, pero de ahí a lo expresado por el prestigioso comunicador, hay una gran distancia. Con esas palabras la objetividad se descompuso.

   Y me apena porque mi profesor no merece perder la credibilidad que se ha ganado en muchos años de trabajo duro y riesgoso, siempre intentando ser objetivo.

Periodistas


Incurriremos primero en lo proclives que somos los seres humanos en generar juicios de valor (opiniones) que no están meramente fundamentadas. Varios analistas de los medios de comunicación masiva han llegado a la conclusión de que el lema de los medios es: con que venda, aunque sea mediocre. Así pues, muchas de las veces lo que vende es la confrontación y se refieren a la amplia pelea ideológica de distintos personajes públicos dígase periodistas, analistas, reporteros, funcionarios, etc. El problema cae en que los medios de información deberían de reestructurar su propósito de generar información oportuna pero sobre todo objetiva ya que hoy en día prefieren realizar notas mediocres y poco fundamentadas a en verdad tener de fuentes fidedignas la información y transmitirla al público. Dejar a un lado los juicios de valor es un camino difícil de tomar, pero debido a la alta influencia de los medios sobre la sociedad es inequívoco el esperar menos. 


Labor de los periodistas:
Ahora bien, nos centraremos en la labor de los periodistas. La función del periodismo está dividida en cuatro pasos fundamentales: reunir, condensar, ponderar y publicar la información de manera oportuna. Aquí la función no especifica el evaluar los hechos en sí, sino limitarse a las cuatro variables previamente establecidas. Debido a la gran dificultad de conseguir la información de primera fuente, ésta actividad se ha visto en la necesidad de ampliar la manera en cómo se puedan conseguir los hechos. Por esto, el periodismo puede ser informativo, interpretativo o de opinión, pero esto es bajar el nivel de calidad en cuanto a la nota ya que deberían de basarse específicamente en la relevancia de la noticia y no en cómo alguien lo está interpretando. 














Conclusión sobre la objetividad


Hemos recorrido, unas detrás de otras, las etapas de la objetividad impuesta como norma, superada luego por la búsqueda y control de las intencionalidades, que llevan forzosamente a esa posición de equilibrio en que el periodista es a la vez imparcial y comprometido con el interés general. Aquí es donde esta reflexión finalmente encuentra una dimensión que explica por qué, durante mucho tiempo, la discusión sobre la objetividad fue un sofisma de distracción que impidió ver el papel de la información en la construcción de la democracia.
En la ciudad-estado ateniense, lo mismo que en la civitas romana, el ejercicio del poder no implicaba el nacimiento ni el fortalecimiento de la relación mando-obediencia, sino una acción en común para hacer y aplicar las leyes que todos, como coautores, apoyaban libremente. Entonces, ante la ley o la autoridad, aceptadas tras un proceso de conocimiento que el ágora aceleraba y fortalecía, se hacía democracia. La democracia se construía a partir del conocimiento y no de la adhesión. Decía el pensador checo Pavel Kohout que un ciudadano libre es un ciudadano codominante, que es lo contrario de  ser dominado por una elite. O sea que el ciudadano libre es creación del poder democrático, el dominado es el resultado de una fuerza tiránica. Y en la formación de ese ciudadano libre, una información  libre es tan necesaria como el agua o el aire para los seres vivos.


 “Objetividad: Garantía requerida por el lector para seguir creyendo” - Javier Darío 
¿En qué consisten la imparcialidad o la objetividad completa? Un principio básico de cualquier periodista es saberse imparcial para así generar una mayor credibilidad a los hechos y no a la opinión generada por los mismos. La labor informativa es de suma importancia pero cuando los hechos son tergiversados por la opinión del periodista éstos carecen del fin mismo donde se busca informar imparcialmente. 

A.M.Rosenthal
Como bien se decía en los años 60´s y 70´s donde el “Boom Periodístico” fue de gran relevancia para saber      principalmente los asuntos de otros países, “el deber de todo reportero y editor es luchar para conseguir         tanta   objetividad como sea humanamente posible” (Rosenthal, 2006). 
Es mejor limitarse a registrar los hechos sin observaciones para que los reporteros se hagan cargo de la manera en cómo se informa y no de los sucesos ocurridos. 



La objetividad es una virtud que protege al periodista” – Gaye Tuchman 
Para esto es de vital distinción separar un par de conceptos clave. La objetividad que es por definición relativo al objeto independientemente de cómo se piense acerca del mismo. Además por otro lado se encuentra la subjetividad que es propiamente el basarse en un punto de vista cambiando la percepción del lector, incluyendo así los juicios de valor que el reportero le pueda inculcar a la nota. Por esto, nos daremos a la tarea de entender en sí la labor del periodista y los problemas que se puedan presentar si éste decide incluir en la nota periodística juicios de valor que dejen en segundo término la objetividad fundamental de los medios. 



La intencionalidad en la noticia


   Para encontrar una salida al problema, se comienza a hablarse de la intencionalidad, que es tanto como abandonar una visión externa de la información, para adentrarse en los motivos de la información, o sea, en las intenciones.

   Toda información obedece a una o varias intenciones, algunas de ellas expresas; otras, quizás el mayor número, implícitas. Sea expresa o implícita, la intención gobierna el proceso de elaboración de una información, le impone sus reglas que pueden darle forma, deformarla, recortarla, destacarla o suprimirla. De lo que se trata, por tanto, no es de volver sobre la inacabable discusión sobre la capacidad o limitación del ser humano para conocer la realidad, sino de ir más adelante. Sobre el supuesto de los límites del entendimiento, la reflexión se dirige a la voluntad del que informa para preguntarle:¿ cuáles son sus intenciones expresas y cuáles las implícitas, en el momento de informar?

   La naturaleza de esas intenciones señala el grado de libertad de la información. Saber cuáles son las intenciones explícitas, traer a la conciencia las intenciones que permanecen en el subconsciente, son procesos necesarios para quien quiere informar con libertad. La información libre, sin descartar la preocupación por la información verdadera, está resultando de mayor importancia que los anteriores esfuerzos para saber si era verdadera o no. Quizás porque existe la intuición de que, al ser libre, tiene las máximas garantías para ser verdadera. Es indudable que, junto con la evolución conceptual, ha habido un cambio de prácticas.

   El fundador de la revista de periodismo de la Universidad de Columbia, James Boylan, abandona el esquema maniqueo: objetividad vs subjetividad y confiesa que más allá del impersonal estilo "balanceado" de escribir noticias, hay un reclamo para que el periodismo ocupe un lugar en la sociedad, con una posición que sea a la vez imparcial y en nombre del interés general. De eso se trata. Entre los extremos -viciosos ambos- de la información distorsionada o sesgada, por los puntos de vista subjetivos o interesados, y el de la noticia aséptica, sin color, olor, ni sabor, de puro objetiva, hay un término medio, tan difícil como todas las virtudes: contar la historia e interpretarla sin tocarle un pelo a la exactitud, pero al mismo tiempo hacerle sentir al lector que uno está de su lado, que trabaja para él y con él y que sólo él importa.

   Victoria Camps en su reflexión sobre el asunto, puntualiza: "lo que el buen informador debe proponerse, no es tanto ser objetivo cuanto creíble. Habida cuenta que la credibilidad supone un esfuerzo sostenido: no se consigue confianza ni el prestigio, de un día para otro". Esa construcción de la credibilidad resulta más exigente que el viejo imperativo de la objetividad porque demanda un esfuerzo sin pausa para buscar y obtener la verdad de los hechos, al mismo tiempo que un control de las intencionalidades.

Victoria Camps


   Si se piensa, además, que el periodista actúa como un guía que, a través de la información, le permite a la sociedad identificar sus propósitos, crece en importancia el deber de ofrecer una información libre. Sus noticias cumplen una función política, con todo lo que ello significa en términos de poder, de interacción de la sociedad, de orientación de su historia.

El periodismo comprometido


   En vez de la impasibilidad de hielo del periodismo objetivo, aparece el periodismo que se compromete, que tiene una opinión, que defiende un punto de vista. Pero, ¿hasta qué punto es esto posible sin violar la norma de la imparcialidad informativa?

 La experiencia de la relación periódico-lectores demuestra:
1.       Que no es creíble el periodista que hace gala de no creer en nada; en cambio, aporta razones de credibilidad el que manifiesta honestamente en qué cree.
2.       Una objetividad mecánica sólo produce esa información simplista que reproduce los dos puntos de vista enfrentados, y se lava las manos diciendo que las conclusiones corren por cuenta del lector.
3.       Esa objetividad es la que impide ir más allá de la superficie de los hechos, para acometer su interpretación y análisis.
4.       Bárbara Philips, citada por Rivers y Methews, señala que el énfasis en la objetividad interfiere con el conocimiento de la audiencia.

No ha desaparecido el yo del periodista  y aparece, cada vez más distante, el deber ser de la objetividad. 


Este es un video sobre un artículo publicado en el diario El País  de España, donde plantéa una posición interesante sobre la objetividad periodística:


El "yo" en periodismo


  Parecen sugerirlo así las normas que prohiben los coloquialismos, el estilo del lenguaje hablado, el uso del yo y, desde luego, la opinión personal. En lugar de eso, son de rigor el lenguaje neutro, las citas de fuentes y el uso de estrategias persuasivas como la descripción de los hechos en directo, el recurso a testigos cercanos y a representantes de la autoridad, el manejo de cifras y porcentajes: edades, fechas, hora de los hechos, peso, tamaño. Son juegos de cifras que sugieren una objetividad a toda prueba. Agrega Van Dijk, la utilización "de dispositivos estratégicos que relacionan la verdad y la credibilidad". Y enumera el uso selectivo de fuentes, modificaciones específicas en las relaciones de relevancia, perspectivas ideológicamente coherentes con la descripción de los sucesos, usos selectivos de personas e instituciones fiables, oficiales, bien conocidas y creíbles, cita de testigos oculares.

  Aparentemente en la práctica periodística se han acumulado demasiados recursos para disipar en el lector la sospecha de que el yo del periodista es el que impone una versión no objetiva y para consolidar la certeza de que, al desaparecer el yo, se puede tener la seguridad de una información objetiva. Sin embargo, anota Tuchmann, "las citas son la protección del reportero contra la calumnia y el libelo, y la ilusión retórica de fidelidad encuentra aquí su correlato social en la veracidad de la representación". En efecto, todos esos recursos al servicio de la objetividad, de hecho no crean objetividad sino una ilusión de objetividad, porque es posible aparentar impersonalidad, manejar fuentes, manipular cifras y porcentajes y convertir todas esas tácticas en simples coartadas. 




Subjetividades rampantes 

  Esa ilusión de objetividad desaparece cuando intervienen las inevitables tomas de posición, implicadas en la decisión entre varios hechos que pueden ser convertidos en noticia: ¿cuáles se cubren y cuáles se silencian? Al optar por un determinado hecho, viene un segundo paso: las fuentes que se consultaron: ¿por qué esas y no otras? Se repite el fenómeno cuando el periodista utiliza el material proporcionado por las fuentes, porque debe seleccionar unas partes y descartar otras: ¿con qué criterio se  hace la selección? Y las decisiones continúan al preferir un enfoque a otros, al titular, al subtitular, al diagramar, al ilustrar. En todas estas etapas se mantiene vivo el riesgo de que las posiciones subjetivas impidan la objetividad.

   Victoria Camps formula reflexiones que seguramente han pasado ya por la cabeza de los periodistas sometidos a esa dualidad de sentirse obligados a ser o parecer objetivos y de decidir en cada uno de los pasos de la elaboración de una noticia, entre su subjetividad y el mandato de la objetividad. Dice la filósofa española: "informar no es tan distinto de opinar, o por lo menos, interpretar. Decidir cuál ha de ser el objeto de la información es dar una opinión. Decidir la forma -la extensión, la imagen- que debe tener la información, es manipular la  realidad". Porque, agrega Camps "no se informa sólo por informar. El informador elige una información y elige, a su vez, el público al que la dirige. Nadie habla en el vacío". 






La objetividad





Cuando la información parte de un conocimiento exacto y cierto, de una reflexión consciente y de una rectitud intachable de intenciones  "en esto consiste la imparcialidad, o la absoluta objetividad", sentencia Luka Brajnovic.

Los códigos de ética son tan específicos como este profesor de la Universidad de Navarra. El de la ONU exige "información exacta, conforme a los hechos, comprobada en todos los hechos esenciales y sin deformación deliberada", para hablar de objetividad. Otros ocho códigos recalcan o el deber de la absoluta objetividad (Código del periodista europeo) o el derecho del público a esa clase de información (Federación Internacional de Periodistas) o la necesidad de despojar el ánimo de prejuicios (Periodistas de Antioquia, Colombia) o el rechazo de presiones de los empleadores para que se acomode la versión de los hechos a sus intereses (Código de Chile) o el repudio de la mentira como práctica profesional ( Códigos francés e italiano) o la técnica de consultar documentos probatorios y de buscar los hechos mismos ( Código peruano) o la apelación a la conciencia socialista y a la responsabilidad ante la opinión para informar  verazmente (código yugoeslavo)

Estos mandatos de los códigos no resuelven el problema. Por el contrario, siempre que se los esgrime, el periodista tiene razones para responder con la contundencia de los hechos vividos que la objetividad que reclaman los códigos no es posible. 

¿Es posible la objetividad? 

Los que tienen presentes sus estudios de filosofía, generalmente  invocan en su favor a Heráclito y a los filósofos escépticos. El conocidísimo texto de Heráclito sobre el hombre que no puede bañarse dos veces en el mismo río, porque sus aguas en movimiento constante hacen distintos ríos cada instante, es una comparación feliz para describir la tarea del periodista. Los hechos de la historia diaria, que son la materia prima de la información periodística, son tan cambiantes como las aguas de un río. Pretender la objetividad es tanto como creer que es posible capturar y congelar el instante que huye. El mismo hecho, observado por distintos periodistas, recibe tratamientos y versiones diferentes y, además, en las sucesivas ediciones de un periódico o en las emisiones de un noticiero, tiene que ser complementado, corregido, aclarado o rectificado, hasta el punto de que el periodista llega a contemplar las suyas como verdades provisionales. Un periódico de hoy  sería una fuente de argumentos para los escépticos que, en los comienzos de la reflexión filosófica, consideren que el ser humano está incapacitado para conocer la realidad de las cosas. Esa imposibilidad del conocimiento objetivo está ratificada por hechos como estos, que el periodista conoce, o porque ha sido actor en ellos, o porque ha sido su testigo. 







Algunas opiniones  

  •          I. Connell estudia las noticias de televisión y concluye que "ayudan a reproducir ideologías reformuladas".
  •          Hall, Critcher, Jefferson, Clark y Roberts investigan las informaciones sobre atracos en la prensa británica y anotan: "la definición de los atracos o asaltos, tal y como la proporcionan las autoridades, como la policía, es lo que se reproduce en las noticias".
  •          J.I. Bonilla y María E. García en Colombia, analizan editoriales del periódico El Tiempo sobre paros y huelgas, y concluyen que el discurso del periódico  no aprueba esos paros y los representa "invariablemente como problemas de orden público".
  •          Una investigación parecida hizo el Glasgow University Media Group sobre las noticias de televisión relacionadas con huelgas, presentadas "como problemas para el público".
  •          J. Downing en su estudio sobre la presencia de mujeres y grupos étnicos en las noticias, demuestran que "el dominio masculino en los medios de comunicación, reproduce el dominio masculino en la sociedad".





Estos estudios sustentan conclusiones parecidas a las de los periodistas que han llegado a la conclusión de que en la doctrina de la objetividad hay más teoría que realidad. Los fundadores del Time comprobaron que era imposible la objetividad absoluta y que sus editores deberían indicar en los asuntos controvertidos "cuál de las partes tiene mayor mérito".

Y no estuvieron solos en esa percepción. Desde 1883, Josep Pulitzer había dicho resueltamente que el New York World se dedicaría "a la causa del pueblo en vez de la de los monarcas financieros, a desenmascarar  todo fraude e hipocresía, a combatir todos los males y abusos públicos" que es la misma posición del periodista de hoy que denuncia la corrupción, que rechaza la violencia y que defiende la vigencia de los derechos humanos.

Han existido, por otra parte, prácticas periodísticas con las que se pretende mantener una objetividad imposible. Es el caso de la impersonalidad de la noticia que se impone o porque la información es el producto de una empresa, o porque está ausente un yo individual, sin expresiones - así lo ordenan los Manuales de Estilo, creencias u opiniones de una persona. Y concluye Teun A. Van Dijk "el yo puede estar presente solo como un observador imparcial, como un mediador de los hechos". Una práctica de esta naturaleza, sugiere la pregunta: ¿para preservar la objetividad, debe desaparecer el yo del periodista? 

La objetividad periodística, un mito persistente


Lic. Rodrigo Fidel Rodríguez Borges 

(La Laguna)
Esta vez no son ídolos de nuestro tiempo, sino ídolos eternos los que aquí son tocados con el martillo como con un diapasón; no hay en absoluto ídolos más viejos, más convencidos, más llenos de aire que éstos... Tampoco más huecos... Esto no impide que sean los más creídos.
Friedrich Nietzsche, 'Crepúsculo de los ídolos'


1. La razón del mito

En sus orígenes, la prensa diaria fue en muchas ocasiones la voz de un personaje o sector influyente, de un partido o una facción. En este periodismo el relato más o menos imparcial de los hechos quedaba en un segundo plano frente a su valoración crítica; hasta el punto de que muchas veces se omitía la exposición de esos hechos, dándolos por conocidos, y se entraba directamente en su enjuiciamiento. Con la consolidación de la relación entre prensa y publicidad y el desarrollo de la prensa como negocio, aquel modelo de prensa pierde posiciones y el periodismo de información se abre paso. La prensa atenúa su beligerancia partidista, se profesionaliza, se hace empresa moderna. Los diarios tratan de alcanzar un reconocimiento social que los legitime como interlocutores válidos y sus cabeceras pasan a adjetivarse como «independientes». El periódico no quiere ser ya un burdo instrumento de presión o agitación política y busca ser una institución respetada por sus lectores. Será ese deseo de respetabilidad, ese prurito por ser la voz de la opinión pública -el nuevo tótem- el que impulsará el fraguado del mito de la objetividad: los periodistas no serán ya la hez de la tierra, esa canalla denostada por las gentes de bien. Los periodistas ascienden a honrados cronistas que cuentan lo que pasa. Son testigos objetivos de una realidad que trasladan a sus lectores, son -nada más, pero tampoco nada menos- espejos al borde del camino.
Esta mitificación de la objetividad (el periodista como humilde mensajero) se ha asentado sobre dos presupuestos:
1. El periodista puede y debe hacer una presentación estrictamente objetiva de la realidad.
2. De acuerdo con lo anterior, es posible separar la exposición de los hechos de su evaluación crítica.
En su versión atenuada, la defensa de la objetividad se ha presentado como un desideratum ético: un ideal noble que debe guiar la labor del periodista, pero difícil de alcanzar. En su presentación más radical, la objetividad en los relatos y la separación entre hechos y opiniones es un objetivo exigible en la práctica profesional de cada día.


La ilusión referencial ha tenido sus valedores en históricos del periodismo como Charles P. Scott -célebre editor de The Guardian-, quien acuñó la divisa «Comment is free, but the facts are sacred». Por su parte, nuestro Tribunal Constitucional -por invocar una reflexión externa a la profesión- en su sentencia nº 107/1988, de 8 de junio, establecía la doctrina de que la distinción «entre pensamiento, ideas y opiniones, de un lado, y comunicación informativa de hechos, por el otro [...], tiene decisiva importancia [...], pues mientras los hechos, por su materialidad, son susceptibles de prueba, los pensamientos, ideas, opiniones o juicios de valor, no se prestan, por su naturaleza abstracta, a una demostración de exactitud...». Sobre la base de esta sentencia, Martínez Albertos ha insistido en la obligación profesional de esforzarse en separar hechos y opiniones, o, por lo menos, que los relatos no sean intencionales y se juegue limpio en el comentario; y lamenta que sean los propios periodistas «los primeros en no demostrar mucho interés en delimitar claramente el campo de los hechos del campo de las opiniones»1.
Aún hoy, y contra aportaciones consolidadas de la psicología, la sociología o la lingüística, la objetividad como marchamo de calidad periodística es un atributo a cuyos encantos no pueden sustraerse los periódicos: un reputado hombre de letras, Camilo José Cela, en su 'Dodecálogo del periodista', editado en 1990 por la Asociación de Editores de Diarios Españoles, afirma: 'El periodista debe «ser tan objetivo como un espejo plano2; la manipulación y aun la mera visión especular y deliberadamente monstruosa de la imagen o la idea expresada con la palabra cabe no más que a la literatura y jamás al periodismo». A lo que se ve, la ilusión de un periodismo objetivo conserva su lozanía'.


2. Alimentos para el mito

   En mi opinión, la persistencia del mito de la objetividad tiene que ver con una práctica profesional en la que no se escatiman recursos para convencer al lector (como al oyente o al telespectador) de que aquello que se les comunica bajo el rótulo de noticia es VERDAD (así, con mayúsculas y sin matizaciones) y que la presentación que se hace de la realidad es puramente objetiva. Lo ideal es convencer al destinatario de que «los hechos hablan por sí solos», de que el periodista se limita a reflejar (como en la socorrida metáfora del espejo plano) lo que ocurre, sin interferir en ese relato «espontáneo». Una suerte de automatismo de la escritura: el periodista debe ser un testigo imparcial que levanta acta de lo ocurrido con la limpia asepsia de un sexador de pollos japonés.

   El profesional de la prensa, como pretendido notario de la realidad social, tiene a bien llevar en sus blasones el lema que Newton acuñó en sus 'Principia': «Hypotheses non fingo» y se entrega a la tarea de reunir para sus lectores todos las señales que refuercen la veracidad, objetividad e imparcialidad de su relato. En otras palabras, se trata de subrayar el contenido fáctico de lo que se cuenta, usando abundantemente «marcas de veridicción»3. No se trata aquí de hacer un recuento completo de estos artificios, pero señalemos, por ejemplo, el uso de cifras (estadísticos económicos, número de heridos en un accidente, número de dosis de droga aprehendidas, etc.) que enfatizan la objetividad de lo que se cuenta. Otro tanto ocurre con las precisiones sobre fechas, horas, lugares de los acontecimientos narrados, así como con los detalles sobre los protagonistas. De igual manera, las declaraciones de testigos o el recurso a la atribución de citas -como reproducción literal de lo dicho por el personaje- tratan de crear la impresión de que la actuación del periodista y del medio se limita a la de meros transmisores de una información. «Así, mediante un efecto de ocultamiento, la producción [de la noticia] desaparece de la vista del consumidor»4. Todo este conjunto de marcas textuales del que venimos hablando envían al receptor de la información una suerte de mensaje implícito: «¡Atención, éste es un hecho contrastado, éste es un relato objetivo!».

   Mutatis mutandis, recursos semejantes pueden observarse en los informativos de televisión: frente a la personalización de los informativos norteamericanos, la tradición objetivista europea ha buscado siempre la despersonalización de los textos que se leen ante la cámara. El control de los gestos, la sobriedad en la ropa y en los movimientos reducen al presentador a mero locutor -trasmisor de un texto escrito en otro lugar. Y lo mismo podemos decir de la utilización cada vez más frecuente de imágenes «sucias» (grabadas en condiciones de luz insuficiente, con deficiencias en la banda sonora o sin haber sido convenientemente montadas), así como de imágenes tomadas por aficionados con cámaras caseras. La filmación con la cámara al hombro, los movimientos bruscos de cámara (sin importar que entren en el plano elementos no previstos) son otros tantos elementos de un nuevo «realismo sucio» que trata de remarcar la verosimilitud y objetividad de lo mostrado por la pantalla. La consolidación de esta nueva sintaxis visual ha sido tan rápida que hoy cualquier espectador sabe reconocer con un simple golpe de vista si el programa que contempla es un informativo (o, al menos, pretende serlo).

   Como parte de estas estrategias de reforzamiento de la veracidad, podemos señalar lo que Núñez Ladevéze denomina críticamente retórica objetivadora5. Se trata -explica Núñez Ladevéze- de un estilo de redacción que aparenta imparcialidad y distanciamiento. Entre los recursos enfáticos que caracterizan esta forma de escribir podemos señalar una fuerte tendencia a la nominalización del estilo (lo que provoca un alargamiento de las frases, la profusión de enlaces prepositivos y sensación de estatismo), el recurso a los lexemas verbales complejos (provocar un debate por debatir, renunciar a cargos por dimitir, llevar a la práctica por aplicar... ) y el uso frecuente de giros nominalizados (a favor de, en línea con, de cara a, en orden a...). Junto a estos elementos, el periodista suele recurrir a un lenguaje solemne y ampuloso, con abundantes expresiones tomadas de léxicos especializados (administrativo, judicial... ) para remarcar la exactitud y objetividad del mensaje. El resultado del uso de esta retórica es un texto inexpresivo, distante, en el que la personalidad del redactor queda oculta. En palabras del profesor de la Complutense, es «un uso impersonalizado de la lengua que trata de aparentar que la redacción se hiciera por sí misma, sin mediación de un sujeto» 6.


3. Prueba de consistencia 

   Excedería con mucho las pretensiones de esta comunicación sistematizar todos los argumentos que aportados desde las distintas ciencias sociales ponen de manifiesto la imposibilidad de alcanzar la objetividad en el periodismo. Sin duda, sería muy ilustrativo atender a la evolución de la historiografía en este siglo para observar cómo se resolvió el debate entre los defensores de una historia objetiva (los positivistas a la manera de Ranke) y los defensores de una historia racional y crítica, pero inevitablemente subjetiva (desde los presentistas a la escuela de los Annales, pasando por los historiadores marxistas)7. A su vez, la sociología ha insistido también en el papel de los elementos subjetivos y simbólicos en nuestra comprensión de la realidad8. De igual manera, sería sumamente esclarecedor aproximarnos a las investigaciones de la psicolingüística y de la psicología cognitiva para ver qué modelos de explicación se manejan para problemas tales como: procesamiento de información, estructuras y procesos básicos en la percepción de la realidad, comprensión y lenguaje, verbalización de experiencias, etc.9; procesos muy complejos y directamente vinculados con la práctica periodística.

   Sí me gustaría traer a colación algunas aportaciones de la lingüística del texto para mostrar la inconsistencia de la ilusión referencial (ese modelo de práctica periodística que se manifiesta en expresiones como «dejemos que hablen los hechos», «sólo contamos lo que pasa», «el periodista es sólo un mensajero», «separemos hechos de opiniones» y la consabida «sólo somos espejos al borde del camino»).
Partamos de una definición voluntariamente simplificadora: parafraseando a Twain, el periodista es una persona que sale a la calle, observa lo que pasa y lo cuenta a sus lectores. Si la tesis del periodismo objetivo es cierta, esto quiere decir que es posible poner en palabras determinados hechos observados, sin que la subjetividad del periodista interfiera en la elaboración del relato10. En otras palabras, sería posible establecer una correspondencia isomórfica entre determinados estados del mundo y un conjunto de proposiciones que los representen. Para que el principio de objetividad pueda mantenerse, el ajuste entre estas expresiones verbales y aquellos hechos debe ser de tal naturaleza que cualquier periodista profesional y no conscientemente malévolo construiría ante los mismos hechos un relato similar: universalidad e intersubjetividad.

   Descendamos al terreno de los hechos para ver cómo se comportan estas presuposiciones. Parece evidente que si yo muestro a cualquiera mi mano cerrada y digo «esto es un puño», habría un consenso total sobre la adecuación de mi enunciado al hecho que quiero describir. Lo mismo ocurriría si, señalando al objeto en que apoyo estas cuartillas, dijese «esto es una mesa». De manera que se puede colegir que existen afirmaciones de aceptación universal sobre determinados hechos, y que estas afirmaciones pueden reunirse para conformar un relato objetivo del mundo. Pero de inmediato una dificultad obvia nos sale al paso: ningún lector de prensa, oyente de radio o telespectador, gasta tiempo y dinero en conocer el mundo a través de afirmaciones de tan bajo nivel explicativo, con tan escasa densidad informativa y tan poco significativas (sensu stricto: simples perogrulladas) 11. En realidad, lo que demanda el lector de un diario es una estructuración racional de los hechos, una comprensión global donde las afirmaciones elementales cobren sentido en un conjunto; y basta con echar un vistazo a la prensa para que esta afirmación se convierta en una evidencia: Junto a titulares del estilo «Legalizan la eutanasia en nueve estados de EEUU», encontramos otros como «Apatía en Irán ante las elecciones de hoy», «Las patronales catalanas presionan a Pujol para que pacte con el PP» o «Crisis en el Poder Judicial por la negativa a destituir al juez Pascual Estevill»12. Resulta evidente que las afirmaciones de los tres últimos ejemplos no son de la misma índole que la contenida en el primer titular. Mientras la primera aseveración se refiere a un hecho susceptible de ser verificado, las afirmaciones de los otros titulares tienen un carácter más conjetural. Apatía, presionan y crisis son aquí los términos clave: los redactores de estas noticias construyeron13 unas afirmaciones que interpretaban ciertos indicios, datos, acciones, circunstancias... Podemos decir que en los enunciados de este tipo el periodista da un salto en el vacío, no camina pegado al hecho como cuando informa de la legalización de la eutanasia: la apatía de los iraníes o las presiones de los empresarios catalanes no son datos del mundo directamente accesibles y objetivos14. De igual forma, ¿con qué fundamento podemos aseverar que la situación del poder judicial es de «crisis» y no, de «confusión», «irritación», «parálisis» o «descomposición»? Parece claro que en términos de rigor epistemológico no hay un fundamento indubitable para hacer estas afirmaciones. Esa «crisis», a diferencia de mi «mesa», no es un objeto del mundo material, sino el fruto de la interpretación subjetiva del periodista. Lo que trato de poner de manifiesto es que, puesto que se trata de una interpretación subjetiva de unos datos, la disparidad en la designación está garantizada: lo que para unos será una situación de crisis, para otros puede no pasar de un estado de irritación. Y no puede ser de otra manera pues cada observador aprehende la realidad desde determinadas estructuras cognitivas y desde una determinada visión del mundo que fraguada individual y socialmente le acompañan. En palabras de Núñez Ladevéze: «Ese diferente proceso mental descriptivo de cada persona es el que explica que cada periódico ofrezca, para designar sus propios textos respecto a los mismos hechos, palabras completamente diferentes que suscitan interpretaciones diferentes porque toda actividad textual, toda actividad informativa es, en suma, una actividad de tipo interpretativo. Todo esto nos hace reflexionar acerca de [...] qué quieren decir cosas tales como <objetividad> de la información o en qué condiciones puedo decir que una información es verdadera»15. De forma más clara: un sujeto sólo puede observar el mundo subjetivamente y es inútil pedirle que se comporte objetivamente, tal si fuera un objeto. Hasta entre los metódicos científicos naturales hace mucho tiempo que no se sostiene el objetivismo radical que venimos analizando: «El que se pueda observar o no una cosa -escribía Einstein a Heisenberg en 1925- depende de la teoría que se emplee».

   Pero aún quisiera avanzar un paso más sobre esta cuestión. Del conjunto de noticias que publica un periódico (o que componen los informativos de radio y televisión) una buena parte podríamos decir que consisten en discursos que tratan de otros discursos16: noticias de declaraciones de políticos, empresarios o futbolistas; comunicados de instituciones y organizaciones; sentencias judiciales, atestados de la policía, etc. Quiere esto decir que la acción constructiva-conjetural del periodista que venimos perfilando tiene frecuentemente por materia prima «actos de habla» (speech acts)17. Si el periodista en su práctica diaria se dejase atar con la piedra de molino de la objetividad, el resultado sería absolutamente pedestre: «González dijo: ...»... y a continuación la reproducción íntegra de lo dicho (incluidas todas las digresiones y nimiedades imaginables). El redactor bien pudiera limitarse a usar verbos de escaso contenido realizativo («decir», «afirmar», «declarar»)18 y mantenerse en el ámbito locucionario del acto de habla. Sin embargo, la interpretación de las intenciones de los protagonistas, la conjetura acerca del componente ilocucionario del acto de habla es parte esencial de su trabajo. A diario podemos leer titulares como «Los populares reconocen que la movilización popular del PSOE fue <espectacular>», «Castro amenaza con cerrar su espacio aéreo a los aviones de Estados Unidos», «Ribó amenaza con actuar en el Congreso al margen de IU si no cambia» o «Aznar admite que sólo un pacto con Pujol evitará nuevas elecciones», sin que los verbos «amenazar», «reconocer» o «admitir» fuesen utilizados por los protagonistas. Esta utilización de verbos de fuerte contenido realizativo son saltos en el vacío (en el sentido en el que utilizamos antes esta expresión) porque implican afirmaciones no susceptibles de corroboración objetiva. Y, sin embargo, a fuerza de ser justos, hay que decir que el periodista sirve así mejor al interés de sus lectores, pues el mensaje que trasmiten los protagonistas de una noticia va siempre más allá del puro texto. Junto a éste caminan la ironía, las expresiones del rostro, la contundencia del tono de voz, la seriedad, el nerviosismo, el contexto comunicativo y una constelación de señales que el periodista metaboliza en una interpretación global desde la que se permite decir «los populares reconocen... ». Y si estamos de acuerdo en que no queremos periódicos con noticias que sean actas notariales (meros recuentos de hechos simples de perogrullo), sino que preferimos que el periodista realice para nosotros una construcción conjetural de los hechos (lo que deja la puerta abierta a la subjetividad) habrá que abandonar por insostenible el mito de la objetividad que hemos venido criticando. ¿Cómo no defender entonces el ejercicio de la sana subjetividad de la que habla Paul Ricoeur?


4. Conclusiones

a. Contra lo que pudiera parecer, los hechos noticiosos no son algo puro, dado, objetivo y externo al observador que los percibe.
b. La percepción de un acontecimiento y su verbalización es una actividad interpretativa, un proceso constructivo realizado por el receptor de los estímulos; no es una mera pasividad refleja (la metáfora del «espejo al borde del camino» no sólo es una cursilería, sino también una falsedad).
c. La objetividad periodística es un imposible en términos epistemológicos. La objetividad sólo puede ser un desideratum ético, un ideal regulativo.
d. La noticia es una construcción, no es el resultado pasivo de una película fotográfica impresionada por la luz. Aquí el tipo de cámara y de película, el encuadre, el diafragma, la velocidad y el tiempo de revelado son elecciones del fotógrafo. De la impedimenta que elijamos y del uso que le demos dependerá el tipo de hecho que quedará impresionado.
e. De todo lo dicho no se desprende que el periodismo sea reo del subjetivismo absoluto: la noticia es una construcción, una cierta mirada, una cierta perspectiva; pero no es una fabulación.
Éste es, a mi modo de ver, el estado actual de la cuestión a la luz de las aportaciones de las ciencias sociales. Otra cosa es que la exigencia de objetividad en la información haya tenido efectos positivos desde la perspectiva deontológica -opinión con la que estaría básicamente de acuerdo-, pero ése es un terreno de debate bien alejado del análisis del fundamento epistemológico de la objetividad periodística, asunto objeto de la presente reflexión.
Notas
1 Martínez Albertos, El lenguaje periodístico, Madrid: Paraninfo, 1989, p. 64.
2 Cursivas mías.
3 «El enunciador debe hacer parecer verdad el mundo posible que construye. Para ello se vale de las marcas de veridicción que permiten crear una ilusión referencial que es condición necesaria para la virtualidad del discurso» (Miquel Rodrigo Alsina, La construcción de la noticia, Barcelona: Paidós, 1989, p. 190).
4 Ibid., p. 37.
5 Núñez Ladevéze se ocupa de esta retórica objetivadora en varios de sus libros (Teoría y práctica de la construcción del texto,El lenguaje de los «media» o Manual para periodismo), pero es en «Estilo, texto y contexto en periodismo» (en Casasús - Ladevéze, Estilo y géneros periodísticos, Barcelona: Ariel, 1991, p. 103-127) donde encontramos una descripción más detallada. Véase también su artículo «La fluidez en el estilo periodístico», en la revista Estudios de periodismo, La Laguna, 1993, nº 2, 107-120 pp.
6 Ibid., p. 121.
7 Para una presentación detallada de esta polémica, A. Schaff: Historia y verdad, Barcelona: Crítica, 1976.
8 Con carácter general, merece la pena detenerse en el clásico de Berger y Luckmann, La construcción social de la realidad, Buenos Aires: Amorrortu, 1968. Una aplicación de sus tesis al mundo de la prensa puede encontrarse en G. Tuchman, 'La producción de la noticia', Barcelona: Gustavo Gili, 1983.
9 La bibliografía en este campo es inabarcable. Una presentación divulgativa del panorama de la psicología social puede encontrarse en D. Myers, Psicología social, Madrid: Editorial Médica Panamericana, 1991; un modelo clásico de procesamiento de información es el elaborado por Lindsay y Norman en Procesamiento de información humana, Madrid: Tecnos, 1975. Para tener una visión actual de la psicología cognitiva, M. de Vega, Introducción a la psicología cognitiva, Madrid: Alianza, 1984.
10 En aras de la claridad expositiva, demos aquí por admitida la existencia de hechos puros, objetivos y plenamente independientes del observador.
11 Por utilizar una comparación: Newton pasó a la historia de la física no por su descripción detallada de la manera en que caen las manzanas al suelo, sino por una construcción explicativa de un nivel superior de abstracción que daba cuenta -entre otras muchas cosas- de las causas por las que aquella manzana (independientemente de que fuese tipo Golden o Reineta) cayó sobre su cabeza y no se quedó flotando en el aire.
12 Todos los titulares que se mencionan proceden de la prensa de los días en que se redactó esta comunicación.
13 Y nótese que digo construir (a partir de unos materiales) y no, inventar o fabular.